¡Hola, amig@s!
Hoy publico este post dedicado a algunas creencias y conductas acerca del concepto de victoria en el deporte que, por desgracia, están presentes en el ámbito de la competición deportiva y que, como suele pasar, también tienen lugar en otros ámbitos como el profesional o el académico.
El título del post es una "ley o mandato de vida" que a muchos de nosotros la sociedad nos inculcó cuando éramos pequeños y que, por desgracia, siguen haciendo. Cuando un adulto (entrenador, padre, profesor, etc) le dice a un niño frases tan rotundas como "tienes que ganar a toda costa", "lo único que importa es ganar", "la gente solo se acuerda del campeón, nunca del subcampeón", etc, lo que estamos haciendo es dar lugar a que el niño grabe a fuego en su cerebro el mensaje equivocado de que si no gana, no servirá para nada, que será un perdedor. Esto le llevará a crecer desarrollando en su mente la creencia de que si no es un campeón, su vida será horrible y nadie le querrá. Lo más peligroso de esto es que nuestra mente es como un software informático, pues todas estas falsas creencias se van instalando de manera inconsciente en nuestro disco duro, programando nuestros pensamientos, nuestros valores y, por ende, nuestra forma de actuar ante la vida.
El concepto de campeón también es muy relativo. ¿Qué es ser un campeón? ¿Aquel que gana siempre? Según el origen etimológico de la palabra campeón, que proviene del latín "campus", esto se refiere a los gladiadores romanos que luchaban a muerte con otros gladiadores (muchos de ellos eran esclavos secuestrados por el imperio) o incluso con animales en un campo de arena. Este espectáculo se hacía para deleite del César y, sobre todo, para mantener entretenido y anestesiado al público romano que asistía al mismo, quienes disfrutaban viendo cómo cada luchador hacía lo posible por ganar. Después de siglos de evolución, ¿estamos dispuestos a hacer todo lo posible por ganar? En la antigua Roma para un gladiador la victoria en la arena significaba triunfar ante el César y ante el público romano y conseguir ciertos privilegios, pero sobre todo, suponía seguir con vida. Es decir, ganar o morir. Estando en pleno sigo XXI, ¿podemos seguir aplicando esta filosofía de ganar o morir?
Ganar siempre es imposible, pues no he conocido ningún caso de deportista que lo haya logrado. Por tanto, ¿un campeón es aquel que tiene muchos trofeos en casa? En este caso, yo me pregunto, ¿cuántos trofeos o trozos de metal hay que tener en casa para que te consideren un campeón? Evidentemente, cada uno tiene su propio punto de vista y su opinión acerca de esto y, como suele pasar, no hay respuestas correctas o incorrectas. Por tanto, en lugar de aportar una respuesta única como verdad universal, os dejo caer esta pregunta que espero os haga reflexionar:
¿Quieres que tu hijo o tu pupilo sea un campeón de trofeos o un campeón de la vida? Dicho de otra forma, ¿es más importante para ti que tu hijo o jugador tenga la vitrina llena de trofeos, aunque los consiga a cualquier precio, o que su mente esté dotada de valores positivos que le hagan superar las adversidades, forjar su carácter, ir mejorando como persona y ser feliz en su vida?
A lo largo de mi experiencia como entrenador, he visto casos de padres, entrenadores e incluso compañeros de otros jugadores que han alentado a éstos a dar prioridad al hecho de ganar hasta el punto de crear conflictos y malestar en un ámbito diseñado a priori para el disfrute y el desarrollo personal en un entorno saludable.
Si una figura de referencia para el jugador, como puede ser su entrenador, su padre o madre o su capitán de equipo, le transmite el mensaje de que si no gana, que nadie le tendrá en cuenta y será un perdedor en su vida, ya sea de forma deliberada o inconsciente, le está inculcando al jugador valores tales como "si tienes que hacer trampas, montar un escándalo, mentir o lo que sea, con tal de ganar, hazlo". A veces la figura de referencia del jugador también recurre él mismo a todo tipo de artimañas y conductas antideportivas con tal de ganar un partido o eliminatoria (me he encontrado con casos como este más de una vez, por desgracia). Esto genera malestar general entre todos los que viven esta situación y, por supuesto, enturbia la verdadera esencia y los valores del deporte, como pueden ser la honestidad, la deportividad y el juego limpio, entre otros muchos.
Además, y esta es quizá la consecuencia más grave que puede tener esta forma de actuar, es el mal ejemplo que se les da a los jugadores. ¿Qué va a pensar un jugador que ve que su entrenador, padre, madre o capitán actúa así? Seguramente se quedará con una idea distorsionada de la realidad que le hará sentir una presión tan grande por ganar que, a su vez, le llevará a pensar: si no soy capaz de ganar limpiamente, por mis propios medios, voy a hacer trampas para que mi entrenador o padre esté orgulloso de mí, siga queriéndome y contando conmigo. Si esto último no es suficiente, montaré un escándalo en la pista para meter presión y así que me den la razón. Y, si aún así, esto no funciona, recurriré a la violencia para dar miedo a mi rival y que esto le afecte. Lo único que importa es ganar, sea al precio que sea. Estas ideas van calando de forma inconsciente en su cerebro, como si de un programa informático se tratase, y van configurando su mente inconsciente, lo cual hace que sus valores y creencias adquieran una forma determinada que les hará comportarse según los mismos sin ni siquiera darse cuenta. En definitiva, la competitividad mal entendida y mal ejecutada se traduce en sufrimiento, involución a nivel personal y priva a la persona de la posibilidad de desarrollar valores fundamentales para la vida, tales como el respeto, la superación, la tolerancia a la frustración (aceptar las derrotas), la resiliencia (aprender de errores y derrotas para mejorar y recuperarse tras un supuesto fracaso), la deportividad y un largo etcétera.
¿Cómo se comportará una persona a la que han inculcado que hay que ganar a toda costa en relación a sus estudios, trabajo, relaciones familiares, personales, etc? Seguramente habrá adquirido la falsa creencia de que si para aprobar tiene que copiar y hacer trampas en un examen, enfrentarse al profesor, para progresar en su trabajo tiene que ser un trepa y mentir al jefe sobre sus compañeros o para mantener la relación con su pareja o con sus amigos tiene que engañarles, no dudará en hacerlo con tal de conseguir su objetivo: ganar.
Por tanto, estas son algunas pautas que creo hay que seguir en estos casos:
Evita las comparaciones. Cada uno debe buscar sus propios objetivos como deportista, no ganar al otro por el hecho de demostrar ser mejor. Las comparaciones solo generan tensión y malestar en el jugador, ya que le hacen entrar en lo personal ("¿este te va a ganar? pero si es peor que tú"..). Cada cual ha de seguir su propio camino, identificar sus áreas de mejora y potenciar sus fortalezas. Recuerda que "la vida es un viaje, no una competición".
Si eres entrenador o padre, primero, has de reflexionar sobre tus propios objetivos como tal. ¿Quieres que tu hijo o pupilo disfrute de su deporte y compitiendo, mejore día a día y, sobre todo, que sea feliz y que sea buena persona? O, por el contrario, ¿quieres vivir tus propios sueños a través de él o ella? Esto te dará pistas y seguramente te orientará acerca de cómo pensar y actuar con tu hijo o pupilo. Tú eres tu propia brújula.
Sé un ejemplo para tu hijo o pupilo. No vale con decir algo si luego actúas de la forma contraria. Sé coherente y congruente con lo que haces y dices. Si eres una referencia para los demás por tu rol como padre, entrenador o capitán, transmite un mensaje positivo que ayude a los demás a mejorar y a contribuir a que el deporte sea limpio y fuente de disfrute para todos.
La derrota puede verse como una victoria en sí misma. Unas veces se gana, otras veces se pierde y SIEMPRE se aprende. Para llegar a ser un verdadero campeón de la vida hay que tropezarse y perder muchas veces, pues son pruebas que la vida nos va poniendo para ir progresando a través de la superación de adversidades. Si Thomas Edison no hubiera fracasado cuando fabricó sus primeras 999 bombillas o se hubiera rendido, ¿cómo iluminaríamos nuestras vidas ahora? Y con esto último no me refiero solo a la luz de las bombillas, sino al ejemplo de Edison con su perseverancia, resiliencia y capacidad de tolerar la frustración.
Bien, como siempre, espero que este artículo os haya gustado y servido. En caso de que sí, podéis suscribiros al blog, comentar, compartir y darle like.
¡Un abrazo y feliz día!
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